El viernes 13 de julio de 1733, la flota de Nueva España al mando del general Rodrigo de Torres, partió del puerto de La Habana con destino a España.

La flota estaba formada por 4 galeones de escolta 16 mercantes y 2 pequeños barcos que transportaban suministros al presidio de San Agustín.

El Rubí Segundo, artillado con 60 cañones era la capitana de la flota, a las órdenes de Baltasar de la Torre, y el Gallo Indiano, de 64 cañones, era la almiranta, mandada por Bernardino de Maturana. Los galeones de escolta eran el Nuestra Señora de Balavaneda, alias el Infante, de 60 cañones y el África, con el mismo número de bocas de fuego. Estos galeones artillados protegían a los mercantes San Pedro, San Francisco, San Ignacio, El Sueco, San José y las Ánimas, Tres puentes, San Felipe alias El Terri, Nuestra Señora del Rosario, Poder, Nuestra Señora del Carmen alias Chaves, Nuestra Señora de Belén y San Juan Bautista, Nuestra Señora de Belén y San Antonio de Padua alias El Herrera, Nuestra Señora de las Angustias, Nuestra Señora de los Dolores, San Fernando, la fragata Floridiana, una balandra y un pingue llamado Nuestra Señora del Pópulo.

Al día siguiente, cuando avistaban los cayos de Florida, la velocidad y el rumbo del viento cambió radicalmente y empezó a soplar con fuerza del este. Temiendo que se avecinase un huracán, Rodrigo de Torres ordenó la vuelta al puerto de La Habana, pero ya era tarde. Al anochecer del día 15 de julio, con el temporal desatado sobre los cayos, la mayor parte de los barcos que conformaban la flota fueron empujados hacia el oeste colisionando con los bajos o hundiéndose sin más remedio.

Solo cuatro de los navíos consiguieron volver a La Habana, entre ellos, el Nuestra Señora del Rosario. Un quinto barco, el galeón de escolta África logró avanzar, rescató a la tripulación del Nuestra Señora del Pópulo, que había encallado al norte, cerca del actual Elliot Key, y siguió su rumbo hasta llegar a España.

En las semanas siguientes al desastre, desde la Habana se enviaron balandras de ayuda para tratar de localizar los barcos naufragados, remolcar hasta el puerto los barcos que aun podían navegar. Los galeones que no se podían ni reflotar, ni remolcar, fueron incendiados para facilitar después el trabajo a los buzos en sus bodegas.

Barcos de esta flota